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El Tabernaculo como tipo de Cristo

El Tabernaculo como tipo de Cristo

 

«Jehová habló a Moisés, diciendo: -Di a los hijos de Israel que tomen mi ofrenda; de todo varón que la dé de su voluntad, de corazón, tomaréis mi ofrenda. Esta es la ofrenda que tomaréis de ellos: oro, plata, cobre, azul, púrpura, carmesí, lino fino, pelo de cabras, pieles de carneros teñidas de rojo, pieles de tejones, madera de acacia, aceite para el alumbrado, especias para el aceite de la unción y para el incienso aromático, piedras de ónice, y piedras de engaste para el efod y para el pectoral. Y harán un santuario para mí, y habitaré en medio de ellos. Conforme a todo lo que yo les muestre, conforme al diseño del tabernáculo, y el diseño de todos sus utensilios, así lo haréis.

 

«Harán también un arca de madera de acacia cuya longitud será de dos codos y medio, su anchura de codo y medio, y su altura de

codo y medio. (Exodo 25:1-10.)

 

El tabernáculo es el mayor de todos los tipos de Cristo que se hallan en el Antiguo Testamento. Era todo él una gran lección objetiva de verdades espirituales. En sus maravillosos muebles, sacerdocio y culto vemos, con una claridad que no hallamos en ninguna otra parte, la gloria y la gracia de Jesús, y los privilegios de su pueblo redimido. Y así como podemos entender el edificio que el arquitecto va a construir en sus planos, mejor aún que mirando al edificio sin ellos, lo mismo, en este modelo, podemos entender mejor que en parte alguna, este glorioso templo del cual Cristo es la piedra angular, y nosotros, como piedras vivas, estamos edificados en El, una casa espiritual, un sacerdocio santo, para «ofrecer sacrificios, aceptable a Dios por medio de Jesucristo».

 

1 LA FORMA Y LA ESTRUCTURA DEL TABERNACULO

 

El tabernáculo era una estructura oblonga que medía unos 45 pies de largo, quince de ancho y quince de alto (o sea, 13,5 m X 4,5 m X 4,5 m), algo mayor en tamaño y proporciones que una gran sala de estar de una casa o vivienda corriente. Estaba construido de madera de acacia, material muy resistente, con cubiertas de oro, unidas por espigas de plata, latón, etc. Estaba cubierto con tres capas de pieles y guarnecido interiormente con cortinas que tenían figuras simbólicas bordadas, todo ello de gran hermosura y significado espiritual. En el exterior estaba cubierto por un techo de pieles de tejones, para protegerlo de las inclemencias del tiempo. La forma exacta del techo no ha sido dilucidada; algunos creen que estaba embreado y era inclinado, otros que formaba un arco y otros que era plano.

 

El Tabernáculo estaba dividido en dos cámaras desiguales por una cortina magnífica llamada el velo. La cámara interior era un cubo perfecto, cuyo lado medía quince pies (4,5 m). Contenía el arca de la alianza (o del pacto) sobre la cual había el propiciatorio. Este era su cubierta, y consistía en una lámina sólida de oro. Luego, sobre el propiciatorio había dos querubines de oro, figuras simbólicas, que representaban los rostros de formas típicas de criaturas: el buey, el águila y el león; mientras que entre las alas de estos querubines, que extendidas, se tocaban, brillaba el Shekiná, o sea, la gloria visible divina, una nube luminosa de resplandor trascendente, la cual quizá se levantaba y expandía en la columna de nube y fuego que se cernía sobre el Tabernáculo y dirigía la marcha de Israel. Esta cámara se llamaba el Lugar Santísimo, la cámara de la presencia especial de Dios y el trono de gracia y gloria. Nadie podía entrar en ella, excepto el sumo sacerdote, y aun sólo una vez al año. La otra cámara era dos veces mayor, medía quince pies por treinta (4,5 m x 9 m) y era llamada al Lugar Santo. Estaba abierta sólo al sacerdote que ministraba, no al público; estaba separada del patio externo por una puerta, una cortina, también de azul, púrpura y escarlata, que sólo los sacerdotes lavados y consagrados podían cruzar. Sus utensilios y muebles eran: el candelero de oro, que era su única luz, pues no había ventanas; la mesa para el pan de la proposición, cubierta con doce panes con incienso encima y que habían de ser comidos por los sacerdotes y renovados cada sábado; y el altar de oro para el incienso, con su incensario, en el que se ofrecía incienso continuamente. Una vez al año, en el gran día de la Expiación, el sumo sacerdote, con el incensario de oro lleno de brasas de fuego e incienso humeante en sus manos, pasaba detrás del velo, entrando sólo en el Lugar Santísimo, y allí había expiación para el pueblo en la presencia inmediata de Dios.

 

Rodeando al Tabernáculo había un patio, un recinto de ochenta y siete pies por ciento setenta y siete (2,6 m x 5,3 m), con una abertura en el lado de oriente, llamada la puerta. El pueblo podía entrar en este atrio.

 

En este atrio había dos objetos de culto. Cerca de la puerta estaba el altar de bronce para los sacrificios. En este altar se quemaban los sacrificios, se rociaba la sangre y el fuego seguía quemando constantemente, del que se tomaba para el altar del incienso. Todas las partes del Tabernáculo tenían que ser rociadas con sangre de este altar. Era el único camino de acceso a la presencia de Dios. Más allá estaba la pila de bronce, una gran fuente de bronce, quizá pulimentada exteriormente, que formaba al mismo tiempo un espejo y una fuente, hecho de los espejos de metal de las mujeres de Israel, que permitía a los sacerdotes ver, al momento, si había alguna suciedad en el metal y así podían lavarla con el agua que contenía. Era para la purificación de los sacerdotes cuando entraban en el santuario, y nadie podía pasar por la puerta hasta que se lavaba en esta fuente. Esta puerta del recinto estaba siempre abierta. No tenía cortinas como las dos puertas interiores. Todos podían entrar libremente en los atrios y traer sus ofrendas por el pecado y la inmundicia.

 

Fuera de la puerta estaba el campamento de Israel, formando un cuadro alrededor del Tabernáculo, con tres tribus a cada lado, la tribu de Judá al oriente, delante de la entrada o puerta del Tabernáculo. Y más allá ardía continuamente el fuego en que se quemaban los cuerpos de las ofrendas del pecado, y los desechos del campamento.

 

Esta era la estructura simple y maravillosa, el primer santuario de Dios, y el tipo de todo lo que hay de sagrado y precioso en la persona y obra de Cristo, y los privilegios de nuestra vocación celestial.

 

II LA ERECCION DEL TABERNACULO Y SU HISTORIA SUBSIGUIENTE

 

Hallamos dos relatos de la construcción del Tabernáculo en el libro del Éxodo. Primero tenemos el Tabernáculo tal como fue planeado en el cielo y mostrado a Moisés en el monte, en un modelo (Éxodo, caps. 25 al 31). Este es el tipo de Cristo designado desde la eternidad en los consejos del divino amor, nuestro Redentor, preparado para nosotros desde la fundación del mundo, y revelado en tipos y profecías sucesivas, mucho antes de su encarnación en la tierra. Moisés construyó el tabernáculo según el modelo real que Dios le mostró durante los cuarenta días en el monte. De modo que Cristo nació, vivió y murió en completo acuerdo con la imagen profética de revelaciones de épocas anteriores.

 

Luego en Exodo (caps. 32 y 33) hay un oscuro intervalo de dolor y rebelión, durante el cual el pueblo trasgredió el pacto en el cual acababan de entrar y demostró hasta la evidencia la necesidad de la salvación que Dios había estado preparando. Esto es el tipo de la caída del hombre, y su fallo bajo la antigua dispensación. Cristo ya había sido provisto; pero el hombre tenía que sentir la necesidad de la salvación divina, por la experiencia real del pecado.

Es conmovedor saber que, durante todo este período en que el hombre se estaba rebelando contra su Dios, el remedio estaba esperando en este modelo de gracia.

 

Luego, en el capítulo 34, llegamos a un segundo estadio en la historia del Tabernáculo, o sea su erección real, según el plan divino ya mostrado, y por medio de las ofrendas voluntarias del pueblo y la habilidad y maestría de hombres que Dios había dotado para este propósito. Había dos hombres llamados a esta tarea de un modo particular, calificados por su talento dado por el Espíritu Santo en el arte sagrado, para ejecutar todos estos adornos simbólicos, y las mujeres de Israel estaban asimismo preparadas para proporcionar los costosos materiales. De modo que la construcción fue posible por medio de los dones sobrenaturales del Espíritu Santo, y por el plan divino que había sido revelado a Moisés.

 

Durante los cuarenta años en que los israelitas vivieron en el desierto, el Tabernáculo fue llevado de un sitio a otro por las fieles manos de los levitas, a quienes Dios había designado para este ministerio especial. Después de la entrada en Canaán, permaneció durante un tiempo en Gilgal, y después fue depositado en Siloe, que pasó a ser el centro religioso del culto nacional durante largo tiempo. Durante el período de los Jueces, perdemos de vista el Tabernáculo, debido a la subyugación y humillación de Israel. Pero lo volvemos a encontrar en Nob, en las cercanías de Jerusalén, durante el reino de David. Finalmente, fue establecido en el Monte de Sión, por la piedad de este buen rey, donde permaneció hasta que fue sustituido por el magnífico Templo de Salomón, el cual, sin embargo, fue sólo una edición más espléndida del mismo edificio, que contenía todas las características esenciales del Tabernáculo, sólo que con un grado más elevado de esplendor, tipificando con ello las glorias del futuro, como el Tabernáculo tipifica la gracia de Cristo y su redención.

 

III SIGNIFICADO ESPIRITUAL Y COMO TIPO DE CRISTO

 

El Tabernáculo fue planeado para representar y prefigurar las enseñanzas más importantes de las Escrituras con referencia: primero, a Cristo; segundo, a la Iglesia; y tercero, al cristiano como individuo. Vamos a considerar brevemente el Tabernáculo bajo estos tres aspectos.

 

Primero, como tipo de Cristo

 

La misma palabra Tabernáculo fue usada con referencia a Cristo en el primer capítulo del evangelio de Juan, versículo catorce: «Y el Verbo se hizo carne, y habitó («fue como un Tabernáculo» en el original) entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.»

 

Nuevamente, en el capítulo 9 de Hebreos, el apóstol, después de describir la estructura del antiguo santuario, lo aplica a la persona y obra de Cristo.

Los puntos de comparación son casi ilimitados. Entre ellos mencionaremos:

 

a) La localización del Tabernáculo, al que se entraba desde el campamento de Judá, sugiere el hecho de que Cristo nacería en la tribu de Judá.

 

b) Los materiales de los que el Tabernáculo estaba construido; es decir, madera resistente y oro puro, sugieren su perfecta humanidad por un lado y su suprema divinidad por el otro.

 

c) Los colores estaban constantemente mezclados en el Tabernáculo, dominando especialmente los tonos blancos, azules, rojos y púrpura, todos los cuales apuntan a cualidades suyas: el blanco, su pureza inmaculada; el azul, su origen celestial; el rojo, sus sufrimientos y su muerte; el púrpura, su gloria real.

 

d) La sencillez externa en contraste con la gloria interna del Tabernáculo: las pieles de tejones fuera, y el oro y el Shekiná dentro, proclaman lo humilde del estado terreno de Jesús y sin embargo la hermosura y gloria de su carácter y su presencia interior, como se revela en el alma que permanece en El.

 

e) El contraste entre el Tabernáculo y el templo, el uno, una tienda movediza, expuesta a constantes vicisitudes y humillaciones, el otro combinando toda la gloria de tierra y cielo, nos sugiere la vida terrena de nuestro Señor y su exaltación y gloria real en el reinado milenial.

 

f) El hecho de que el Tabernáculo fuera el lugar en que Dios se manifestaba a Israel, y el lugar en que se revelaban los símbolos de su presencia inmediata, nos recuerda a Aquel que es la imagen y manifestación de Dios y cuyo mismo nombre: «Emmanuel», significa «Dios con nosotros».

 

g) El Tabernáculo era el lugar en que Dios se reunía con Israel. Sus propias palabras son: «Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero.» (Exodo 33:11). Y así el Señor Jesucristo es el único camino de acceso al Padre y de la comunión con el cielo. «Si alguno me ama, mi padre le amará, y vendremos a él y haremos en él morada.»

 

h) El Tabernáculo era el lugar del sacrificio. Su espectáculo más vívido era el gotear y rociar de la sangre, y nos habla en todos sus aspectos del sacrificio de Cristo.

 

i) No sólo era el lugar del sacrificio sino el lugar para la purificación; la sangre expiaba las manchas de la inmundicia y el agua las lavaba. Así, también «Cristo es la fuente para lavar el pecado y la inmundicia». El se dio a sí mismo por la Iglesia, para que pudiera santificarla y purificarla por el lavamiento del agua y por la Palabra, y purificarla para sí, una iglesia sin mancha ni arruga.

 

j) El Tabernáculo era el lugar en que los culpables podían libremente ir al altar de la expiación. Y Jesucristo es la propiciación no sólo por nuestros pecados sino por los pecados de todo el mundo.

 

k) El Tabernáculo tenía cámaras interiores. Y esto nos habla de la vida más profunda, y de las bendiciones más plenas en que pueden entrar aquellos que quieren permanecer en Cristo. «Yo soy la puerta —dice—, he venido para que tengáis vida, y para que la tengáis en abundancia.» El es nuestra vida, nuestro pan, nuestra luz, nuestro altar de oración, nuestro velo abierto con acceso incluso a la misma presencia del santo Dios.

 

l) El Tabernáculo era el lugar en que se guardaba la ley en el interior del arca, siempre rociada por la sangre que proclamaba la aceptación del pecador. Y lo mismo Jesús guarda por nosotros la divina ley, luego la guarda en nosotros, revistiéndonos de su vida y su presencia, y siendo con ello nuestra perfecta justicia.

 

m) Los querubines de gloria del Lugar Santísimo eran tipos de la exaltada gloria de Cristo, de su humanidad coronada por la fuerza del buey, la majestad del león, y la elevación del águila en su vuelo. Todo esto es una garantía de nuestra gloria futura.

 

Todo esto y mucho más vemos en esta antigua lección objetiva respecto a aquel de quien recibieron Moisés y los profetas, y que El vino a cumplir, El mismo, con una plenitud que nos permitirá entender aún más plenamente cada detalle de este modelo.

 

Segundo: El Tabernáculo como tipo de la Iglesia

 

Lo que es verdadero respecto a Cristo, la Cabeza, es verdadero también de su cuerpo, la Iglesia. Entre otros puntos de instrucción que nos sugiere el Tabernáculo a este respecto, podemos notar:

 

a) Como el Tabernáculo, la Iglesia ha sido planeada por Dios mismo, y no es en ningún sentido una institución humana. Debe ser organizada, constituida, edificada y equipada en todos los aspectos según la pauta que Cristo nos ha mostrado: «Enseñándoles a observar todas las cosas que os he mandado.»

 

b) La Iglesia requiere la misma divina unción por medio del Espíritu Santo, para los que, como Bezaleel y Aholiab, los artífices del Tabernáculo, están ocupados en su edificación espiritual, no con dones intelectuales, sino con sabiduría del Espíritu Santo y revestimiento de su poder.

 

Sólo estos pueden conseguir resultados definitivos y eternos, v todo lo demás se marchitará y será arrebatada por las ráfagas ardientes el día de la gran prueba.

 

c) La Iglesia, como el antiguo Tabernáculo, debe tener su principal hermosura dentro, no en costosas decoraciones, sino en la gloria de Dios que mora en ella y en la presentación de un Salvador crucificado y que quita el pecado. Sin esto, sólo puede ser lo que era el templo de Israel cuando su Señor y el Shekiná lo abandonaban y venían huestes enemigas destructoras a sangre y fuego. Sin ellos se les puede decir: «Vuestra casa os ha sido dejada en desolación•, o como la Iglesia de Laodicea que por no ser ni fría ni caliente, «la iba a vomitar de su boca».

 

d) Como el antiguo Tabernáculo, la Iglesia debería tener sus cámaras internas, para la enseñanza más profunda y la comunión más íntima, en el Lugar Santísimo, a la luz del séptuple candelero de la verdad y la mesa del pan celestial; mientras que la dulce fragancia del altar de oro llena el lugar con fragancia del cielo, y el velo rasgado nos revela y abre ante nosotros la visión de las cámaras celestiales, en que resplandece el Shekina de su presencia.

 

e) Como el antiguo Tabernáculo, la Iglesia debería ser depositaria de la luz de la verdad y el pan de vida, la luz del mundo y la mayordomía de los misterios de Dios.

 

f) Como el antiguo Tabernáculo y el Templo la Iglesia tiene su vida terrenal y celestial, el período de peregrinaje y vicisitudes en el desierto, pero también la perspectiva de una gloria mayor que la del templo de Salomón, cuando el Cordero reunirá a sus redimidos en el Monte de Sión, y el universo contemplará las glorias de la Nueva Jerusalén, preparada como una esposa ataviada para su marido.

 

Tercero: El tabernáculo como tipo de vida cristiana.

 

Lo que es verdad de Cristo, es verdad en una medida individual, de cada uno de nosotros. «Como El es, así somos nosotros en este mundo.» No temamos, pues, reclamar la plenitud de nuestra gran salvación.

 

Condenación

 

El primer capítulo en la existencia de todo cristiano es oscuro, el triste capítulo de la condenación. Esto quedaba claro en el antiguo campamento de Israel, por medio del fuego que ardía continuamente, sugiriendo la ira de Dios revelada desde el cielo contra toda la injusticia de los hombres. Este fuego consumía las ofrendas por el pecado que habían sido trasladadas allí, y debe asimismo consumir a todos aquellos cuyos pecados no han sido transferidos a un holocausto u ofrenda para ser quemada. Si El, en el lugar del pecador, sufrió con este rigor, ¿cómo escaparemos nosotros si nos atrevemos a presentarnos delante de Dios cubiertos con nuestra culpa y corrupción? «Si hacen estas cosas al árbol verde, ¿qué harán al seco?» Nuestro Señor no ha apagado este fuego sino que lo ha dejado ardiendo fuera de la puerta del Evangelio para todo aquel que le rechaza. «El que no cree ya está condenado.» «El que no cree en el Hijo no verá la vida; mas la ira de Dios está sobre él.»

 

Salvación

 

El siguiente estadio en la vida del creyente es la salvación. Entramos ahora por la puerta y nos hallamos en el atrio. Podemos entrar libremente. No hay ningún obstáculo, ni aun una cortina. Nos apresuramos a entrar y nos quedamos delante del altar humeante que nos habla de la cruz y de la sangre por medio de la cual tenernos redención del pecado. Colocamos la mano sobre la cabeza de la víctima sacrificada y somos hechos partícipes de la gran expiación.

 

Luego el lavatorio nos habla del Espíritu Santo cuyo poder regenera y limpia al alma del pecado; y nos lavamos en su fuente, y con ello estamos autorizados a entrar en la presencia interior, y en la más íntima comunión del Lugar Santo.

 

Consagración, comunión

 

El ‘Tabernáculo nos habla también del próximo estadio o nivel de la experiencia y vida cristianas —la comunión, consagración, santificación y compañía permanente con Cristo—. La cámara interior, que se halla detrás del atrio abierto es sólo para los sacerdotes de Dios. ¿Cómo, pues, podemos atrevemos a entrar? Gracias a Dios todos hemos sido admitidos al lugar del sacerdocio, si somos aceptados por «Aquel que nos amó y limpió nuestros pecados con su sangre. Y nos hizo reyes y sacerdotes para con Dios». No unos pocos, sino que «todos son un real sacerdocio, una nación santa, un pueblo escogido». De modo que podemos atrevernos a entrar, pero no hasta que hayamos sido lavados en aquel lavatorio, y hayamos sacrificado ante el altar.

 

Hemos de aceptar su santificación y su gracia justificadora. Incluso a Pedro, que había sido lavado, esto es, justificado, Cristo le dice: «Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.» Aunque ahora tenemos libertad por la sangre de Jesús para entrar incluso en el Lugar Santísimo, hemos de hacerlo «con los corazones purificados de mala conciencia, y los cuerpos lavados con agua pura». Así, divinamente limpiados. Acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de la fe». Nuestro gran Sumo Sacerdote está dentro y nos dice con dulzura: «Yo estoy a la puerta; el que por mí entrare será salvo, y entrará y saldrá, y hallará pastos».

 

¡Qué pastos! Hay el candelabro de siete brazos que nos habla de Cristo y del Santo Espíritu, con su luz perfecta; la luz de la verdad; la luz que le revela a El; la luz de la visión celestial; la luz que nos da vista y luz al mismo tiempo a nuestros ojos embotados; la luz que da guía y dirección en medio de las perplejidades de la vida y su continua presencia y su voz como pastor, así como puerta; y la luz que brillará por medio de nosotros, como la luz de los hombres.

 

¡El pan de la vida! La mesa con sus doce panes, uno para cada uno de nosotros, hechos del trigo más fino, renovados cada Sábado. No sólo pan sino incienso como miel del panal, toda la dulzura de sus consolaciones, así como la fuerza de su vida. El pan que nutre al alma y al cuerpo y se vuelve nuestra vida y sustento perfectos. Luego, no sólo hay el pan, sino todo lo que va implicado en el altar del incienso. Este incluye todo lo que se relaciona con la vida de oración y comunión con Dios por medio de Jesucristo. Este incienso, junto con el aceite de la unción, era lo más sagrado en todo el Tabernáculo.

 

No podía ser imitado por el arte humano, sino consagrado santamente para el servicio de Dios tan sólo. Estaba compuesto de muchos ingredientes, algunos de los cuales, se nos dice, eran machacados muy menudos, y luego era quemado con especias aromáticas en el altar del incienso (Exodo 30:33-34).

 

Y así el espíritu de oración debe nacer de arriba, y no puede ser imitado ni falsificado por ningún esfuerzo humano. Brota de la combinación de todas las circunstancias de la vida y las cualidades de nuestro carácter cristiano. Es la flor de la piedad, la fragancia del corazón, destilado cual perfume, delicado, puro y celestial más allá de toda ponderación. No hay nada que no pueda entrar por ser demasiado pequeño y ser parte del mismo. El incienso de la oración puede ser desmenuzado en partículas mínimas, y procede de las mil pequeñeces de nuestra vida que nosotros consagramos a Dios para que sean un sacrificio de suave olor. Todas nuestras tribulaciones y ocupaciones, colocadas en este altar de oro, se vuelven para él, como fragancia de primavera, como el aliento del incensario de Aarón; y El los atesora en el cielo como «frascos llenos de olor, que son las oraciones de los santos•. Pero, para que sean de divina fragancia deben ser encendidos por el Espíritu Santo, el verdadero Intercesor y Abogado en la tierra, como Cristo es el Abogado arriba, haciendo intercesión «por nosotros con gemidos indecibles».

 

El suave incienso del Lugar Santo penetra a través del velo y llena el Lugar Santísimo. Y así el espíritu de oración hace uno de la tierra y del cielo. El altar se hallaba a la misma entrada de la cámara interior, de modo que cuando nos hallamos arrebatados en comunión con Dios, estamos a la misma puerta del cielo y casi dentro del velo. Podemos oír las voces y captar el aliento de estas cámaras interiores. Felices aquellos que habitan así junto a El, en la atmósfera de una comunión y paz incesantes. El lugar más difícil será fragante, como olor del cielo y el punto más solitario, un pequeño santuario en que el cielo parecerá rodearnos con toda su protección todopoderosa, su bendita compañía y su gozo inexplicable.

 

Gloria

 

La cámara más interna del Tabernáculo hebreo era el Lugar Santísimo. Nos habla del cielo, de la presencia inmediata de Dios y de la gloria que nos espera cuando hayamos sido transportados al más allá. Nos habla de un cielo no lejano, invisible, sino cerca y abierto. El velo ha sido rasgado en dos de arriba a abajo, y el Santísimo esparce su luz y su gloria por todas partes alrededor nuestro, incluso aquí; de modo que el cambio es un cambio muy notable en la compañía, aunque pueda no serlo en la localización. Esta cámara interior nos habla de un lugar en que nuestras oraciones pueden entrar ahora en suave incienso y ser aceptadas en su nombre. Nuestros ojos pueden mirar a través del velo, y ver el cielo abierto, y a Jesús de Pie a la diestra de Dios. Allí la sangre rociada sobre el propiciatorio está rogando por nosotros, y pidiendo nuestra aceptación perfecta y perpetua. Allí hay el arca, dentro del velo, con la ley no quebrantada en su seno, el símbolo de la perfecta justicia que compartimos con El, y en la cual somos aceptados en El, incluso en la presencia inmediata de Dios. Allí hay los querubines de gloria modelos de la dignidad y realeza que nuestra humanidad redimida ya ha alcanzado en Cristo, su ilustre Cabeza, v que compartiremos en toda su plenitud cuando; El aparezca. Al mirar en este lugar, sabemos que nuestros espíritus también seguirán y que estaremos donde El está. Los pies que vacilan y tiemblan entrarán por las puertas de día y el mismo cuerpo de nuestra humillación será como El, cuando aparezca, y seremos cambiados a la imagen del «cuerpo de su gloria».

 

Y todo esto lo tenemos incluso aquí, no sólo en visión y esperanza, sino en anticipo.

 

De lo santo a lo santísimo, A esto llega nuestro espíritu, Y el que sigue sus pisadas Le recibirá en los cielos.

 

IV LA UNCION DEL TABERNÁCULO

 

Después de haber sido totalmente terminado, según el modelo que fue mostrado a Moisés en el monte, fue dedicado a Dios de modo solemne, toda la tienda y sus muebles y utensilios fueron ungidos con aceite, preparado de modo especial según las instrucciones divinas, y consagrado para este propósito exclusivo, y luego la manifestación de la divina presencia apreció sobre el mismo. La columna de nube extendió sus cortinas encima, y la gloria del Shekiná ocupó su lugar entre los querubines v llenó el tabernáculo por completo, de modo que ni aun Moisés pudo entrar en el. Moisés había obedecido de modo simple y perfecto las instrucciones divinas, y ahora Dios aceptaba su obra y ponía su sello encima. Esto era simbólico de la unción de Jesucristo con el Espíritu Santo, y la misma unción que viene a todo corazón consagrado cuando ha obedecido las instrucciones divinas, y se ha presentado en sacrificio vivo a Dios. Dios llenará esta alma, hasta que no habrá lugar en ella para el yo y el pecado. Este es, sin duda, el verdadero secreto de la santificación y la autocrucifixión; el poder expulsivo del Espíritu Santo y la divina Presencia son los únicos verdaderos antídotos al poder de Satán y del yo.

 

A partir de entonces el Tabernáculo pasa a ser el asiento y centro de la manifestación divina. Observamos, pues, tres estadios en la presencia manifestada de Dios en el Exodo; a saber, la columna de nube y de fuego que iba delante; la presencia en el monte; y ahora, la presencia de Jehová en el Tabernáculo. Seguimos estos tres estadios en el Antiguo Testamento: primero, el espíritu de Dios como se manifiesta en la dispensación patriarcal; segundo, la revelación de Dios bajo la ley; y tercero, la revelación de Dios en Cristo, el Verdadero Tabernáculo. «Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras, en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo, a quien designó heredero de todo, por medio del cual hizo también el universo»; de aquí que hallamos a Dios en el primer versículo de Levítico, hablando a Moisés ya no desde el monte o la nube, sino desde el Tabernáculo. Así también hallamos en Cristo la presencia y guía continua de nuestro Dios del Pacto. «Si alguno me ama», dice Cristo, «guardará mis palabras, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos en él morada.» Hagamos lo que hizo Moisés, entreguémonos total e implícitamente a la voluntad divina, ofrezcámonos como propiedad a Cristo, v seremos poseídos y llenos de una gloria tan divina como el Shekina, y tan duradera como la vida y el amor de Dios.

 

A partir de ahora, este suceso, el levantar el Tabernáculo y ungirlo, es una piedra miliaria en el tiempo. Fue el comienzo del segundo año de su historia nacional, y fue el primer día del primer mes. El primer año había empezado con la Pascua, pero este suceso empieza la nueva gran era de su existencia.

 

Y lo mismo, a partir del momento en que el alma es dedicada y ungida por el Espíritu Santo empieza una era eterna en su historia, tan importante como la hora de su nuevo nacimiento, el comienzo de meses y años, a partir de los cuales deben ser medidas todas las experiencias y esperanzas. ¿Hemos entrado en este segundo año? ¿Hemos empezado, como ellos, con el sacrificio de nuestro ser en obediencia implícita sobre el altar de Dios?

 

¿Hemos recibido el fuego del cielo, el Consolador permanente, que a partir de entonces nos habla, no desde el cielo, ni aun desde tablas de piedra, sino desde las cámaras internas de su santuario en nuestro corazón?